lunes, 10 de agosto de 2009

La travesía del desierto

21 de julio de 1985: Bernard Hinault sube al podio de los Campos Elíseos como ganador absoluto del Tour de Francia. El bretón, claro dominador de esa edición hasta que una caída en la llegada de Saint Ettienne le fractura la nariz, sufre a partir de ahí para mantener el maillot amarillo hasta Paris. Con solo dos días montañosos por delante, en los Pirinéos, tendrá que mostrar todo su pundonor para no perder su privilegiada posición ante su compañero Greg Lemond y su rival Stephen Roche. Dos anglosajones, algo poco habitual en esta carrera que tradicionalmente han dominado (por este orden) franceses, belgas e italianos. Toda una premonición de lo que se avecinaba.

El caso es que Hinault consiguío, tras muchas tensiones con Lemond, subirse a ese podio parisino en el que le acompaña la italiana María Canins como vencedora del Tour femenino, y promete que el año siguiente ayudará al americano, en compensación por haber corrido éste con el freno de mano puesto para no disputar el liderato a su compañero, pues ambos corrían en La Vie Claire. Promesa que 12 meses después se olvidaría de cumplir, propiciando un duelo interesantísimo y fraticida en 1986. Pero eso es otra historia, que merecerá ser contada en otro momento.

De momento, mientras Hinault desciende los escalones del podio, los franceses arremolinados alrededor no se pueden imaginar que están viendo al último compatriota ganador del Tour hasta la actualidad. En 2010 se cumplirán 25 años de sequía gala, y no se adivinan muchas posibilidades de que la racha se rompa a corto plazo. ¿De verdad se valora lo suficiente la tragedia? Repasando un poco la historia, se comprueba que los franceses han estado toda la vida acostumbrados a asociar el Tour a victorias locales, repartidas en bastante igualdad con éxitos foraneos. Éste es el resumen de victorias francesas desglosado por décadas:

00-10 --> 7
11-20 --> 1
21-30 --> 2
31-40 --> 5
41-50 --> 1
51-60 --> 5
61-70 --> 6
71-80 --> 4
81-90 --> 5
91-00 --> 0
00-09 --> 0

Como se ve, quitando 3 décadas (dos de ellas condicionadas por las Guerras Mundiales, que anularon varias ediciones del Tour), los franceses estaban acostumbrados a vencer el Tour habitualmente, a tener ídolos locales con los que apasionarse. De repente, todo cambia a partir de 1985. Para hacer más dolorosa la situación, se venía de ganar 8 de los últimos 9 Tours, con la excepción de 1980, donde se impuso Zoetemelk por el abandono del propio Hinault. Primero Thevenet, luego Hinault y posteriormente Fignon habían dejado muy alto el pabellón francés. Pero los sucesores no pudieron con el peso que se cargó en sus espaldas. Ni Jean François Bernard ni Charly Mottet ganaron nunca el Tour. Y pese a que Fignon estuvo cerca de completar su resurrección de 1989 con la victoria en los Campos Elíseos, 8 malditos segundos le separaron de ella. La generación de los 90, con Leblanc, Virenque y Jalabert, nunca tuvo opciones reales de ganar la prueba por etapas más importante del mundo. Y en el nuevo siglo solo Moreau ha sido un aspirante de cierto nivel, pero la realidad ha demostrado que estaba muy por debajo de sus ilustres predecesores. El balance de estos últimos 25 años es descorazonador para el ciclismo galo:

2009 --> Le Mevel 10º
2008 --> - (Casar 14º)
2007 --> - (Goubert 27º)
2006 --> Dessel 6º Moreau 7º
2005 --> - (Moreau 11º)
2004 --> - (Moreau 12º)
2003 --> Moreau 8º
2002 --> - (Moncutié 13º)
2001 --> François Simon 6º
2000 --> Moreau 4º Virenque 6º
1999 --> Virenque 8º
1998 --> Rinero 4º Robin 6º
1997 --> Virenque 2º
1996 --> Virenque 3º Leblanc 6º
1995 --> Jalabert 4º Virenque 9º
1994 --> Leblanc 4º Virenque 5º
1993 --> - (Dojwa 15º)
1992 --> Lino 5º
1991 --> Mottet 4º Leblanc 5º Fignon 6º Rué 10º
1990 --> - (Philipot 14º)
1989 --> Fignon 2º Mottet 6º
1988 --> Boyer 5º Roux 10º
1987 --> Bernard 3º Mottet 4º Fignon 7º
1986 --> Hinault 2º Pensec 6º Yvon Madiot 10º
1985 --> Hinault 1º

En esta lista se pueden observar los franceses clasificados entre los 10 primeros de la general, con su puesto. Los años en los que no se clasificó ninguno en esas posiciones, aparece entre paréntesis el primer francés con su puesto. ¡Qué lejos quedan aquellos años ochenta dorados! Los inicios de los noventa ya fueron duros, especialmente ese 1990 donde por primera vez ningún francés se metía entre los 10 primeros. Tras la recuperación de mediados de década, la siguiente ha sido un verdadero desierto, con infamias como 2007, donde el primer francés no estaba ni entre los 20 primeros, y 13 corredores españoles quedaban por delante de él. Un trago muy duro para el país que orgullosamente acoge la prueba.

Visto este duro encadenado de años, no queda menos que reconocerle al público francés el mérito de que sigan manteniendo el Tour en el sitio en el que se encuentra, sin haberle dado la espalda en ningún momento. Los franceses esperan pacientemente ese nuevo ídolo que en justicia ya corresponde que aparezca, al que puedan aplaudir rabiosamente desde lo más alto del podio parisino, y al paso de la caravana ciclista por todos los pueblos que cruza la carretera. Mientras tanto, se conforman con aplaudir a las estrellas extranjeras, y servir de anfitriones para que campeones de allende sus fronteras se disputen la primacía del trono de los vueltómanos que suele otorgar esta carrera.

Centrado en el ciclismo francés, este artículo no puede olvidar a esos otros grandes ciclismos que también están desde hace años escasos en lo más alto del podio del Tour: el italiano y el belga. En cuanto a los transalpinos, su situación (33 años llevaban sin ganar) se suavizó en 1998 cuando Pantani obró el milagro sobre el Galibier y se anotó su primer y único Tour. Además, en su descargo hay que reconocer que para ellos, el Giro es tan o más importante que la carrera francesa. Todos los grandes campeones italianos han sido conscientes de que el reconocimiento mundial lo da el Tour, pero el cariño de sus paisanos solo se gana con el Giro. Otro tanto se puede decir del ciclismo belga. Desde que un tal Eddy Merckx ganaba su quinto Tour en 1974, 35 Van Impe ganaba el Tour en 1976, 33 años llevan sin imponerse en la general de la carrera francesa. Al igual que en el caso italiano, es justo decir que allí es más valorado el "flandrien", especialista en las carreras del norte, que el vueltómano. Y de eso han estado sobrados en todos estos años de sequía.

La "mundialización" del ciclismo, que ideó Luis Puig y desarrolló su sucesor Hein Verbruggen, ha provocado que los países tradicionales en el mundo de la bicicleta vayan perdiendo su pujanza. El caso francés es el más sangrante, pues belgas e italianos siguen siendo fuertes en sus áreas de influencia. Pero la acceso al Tour de ciclistas exóticos, que bien se puede decir que empezó hace muchas décadas con los españoles que se esforzaban en destacar en las montañas y luego cedían minutadas en los llanos, para continuar con los anglosajones, posteriormente los sudamericanos (con monopolio casi exclusivo colombiano, eso sí) y los pertenecientes a los países del "Este", ha acabado desplazando a los franceses, reducidos ahora a simples comparsas, corredores batalladores pero no estrellas, en su propia carrera.

Así pues, la verdadera travesía del desierto, la auténtica, es la de los franceses. Valga este artículo como recordatorio y como homenaje a unos aficionados que se merecen ya que algún compatriota vuelva a dominar la carrera que nació suya y durante numerosas décadas les perteneció casi en exclusiva. El día que un francés suba las mismas escaleras que hace casi 25 años descendió Hinault, se habrá recuperado un buen trozo de la historia ciclista. Sin duda, es una deuda que el Tour tiene con su pasado.

sábado, 30 de mayo de 2009

Giro 1975: lucha hasta la última rampa

Este año el Giro está manteniendo la emoción hasta el final, puesto que parece claro que la carrera no tendrá un seguro vencedor hasta cruzar la última línea de meta, la de la contrareloj de Roma. 34 años antes, podemos encontrar un Giro que fue el paradigma de carrera resuelta en los últimos metros: el Giro 1975. Vamos a dar un repaso a esa edición, de un perfil bajo comparada con sus antecesoras, pero una carrera que merece ser rescatada.


Si hubo un gran protagonista para la afición española, sin duda fue Francisco Galdós, vitoriano del Kas. Antes de arrancar el Giro, Galdós se imponía en el Giro de Romandía merced a una escapada consentida y a su buen rendimiento en la crono final. Parecía que podía tener una gran actuación en la "corsa rosa". Un Giro al que los Kas iban con gran artillería para repetir las exhibiciones de Fuente en 1974. Nada menos que Galdós, Lopez Carril, Perurena y Lasa iban a ser sus líderes. En frente, Baronchelli era la mayor amenaza, tras su colosal actuación el año anterior, pero estaba rodeado de todos los grandes italianos como Gimondi, Bitossi o Battaglin. La carrera se presentaba abierta puesto que Merckx tuvo que renunciar debido a unas anginas pocas horas antes de darse la salida. Duro golpe para la carrera italiana y para su patrón, el eterno Vincenzo Torriani, que incluso puso a disposición del "canibal" un avión privado por si finalmente podía ser de la partida.

La característica principal del trazado del Giro 75 era su original final. Ni Milán, ni Roma, ni ninguna de las grandes ciudades italianas. Torriani se había ido a la inhóspita cima del Stelvio para terminar la carrera, en una gran traca final. Para compensar el final tan alejado de tierras lombardas, la salida de la Corsa Rosa tuvo lugar en Milán. Posteriormente, un primer final en alto la tercera etapa, en Prati di Tivo, para ir bajando por la bota italiana hasta llegar a la zona de la Campania y subir allí el Monte Faito. Subida de nuevo hasta disputar seguidas las dos cronos de la edición, la primera llana en Forte dei Marmi y la segunda la cronoescalada a Il Cioco. Se continuaba la subida hasta la zona de Brescia para desde allí afrontar los 5 últimos días 4 etapas duras, la primera con final en el Monte Maddalena, la siguiente con el Bondone por medio, y las dos últimas, el tappone dolomítico con Marmolada y Pordoi y la traca final, la mencionada etapa del Stelvio.

Así pues, el primer lider fue el noruego Knudsen, antiguo pistard, al imponerse en la primera volata. En la segunda, el vencedor fue otro gran conocedor de los velódromos, el rey de las pruebas de seis días Patrick Sercu.

La montaña no se hizo esperar, puesto que en la tercera etapa llega la montaña apenínica, con un final unipuerto en el larguísimo Prati di Tivo. Allí Battaglin demuestra ser el más fuerte, ganando sobrado tras realizar dos ataques, el último de ellos definitivo. Galdós es el único que se salva de la quema, llegando segundo a 21 segundos del italiano. Su compañero Lasa también tiene una aceptable actuación, al ser tercero, pero pierde casi dos minutos. El grupo con el resto de favoritos llega a 2:16. Sin duda Battaglin está fuerte. Con tan pocos kilómetros de contrareloj, parece que va a ser difícil quitarle la maglia rosa.

Pero la fatalidad hizo que en la siguiente etapa la preciada prenda pasara a manos de Galdós, ya que en una etapa de media montaña bastante movida el italiano pinchó en los últimos kilómetros y se dejó 44 segundos sobre el grupo de los mejores, en el que se imponía De Vlaeminck. Galdós por tanto se aprovechaba de su gran momento de forma. Para rematar la jornada española, Andrés Oliva tomaba el liderato de la montaña.

Las siguientes etapas, en las que la carrera baja por la bota italiana, no cuentan con demasiadas dificultades orográficas y los corredores solo tienen el castigo del intenso calor que azota la caravana ciclista. De Vlaeminck se convierte en el dominador de estas etapas, al imponerse en la cuarta, la sexta y el segundo sector de la séptima. Van Linden y Perurena también se unen a la lista de hombres rápidos victoriosos. Lo único destacable de estos días es una fuga en el primer sector de la séptima etapa, vencida por Perurena, en la que se mete el desconocido Fausto Bertoglio. El grupito aventajará en medio minuto al pelotón y Bertoglio, que había llegado con los favoritos en Prati di Tivo, adelanta a Lasa en el tercer puesto de la general. El cerco sobre Galdós se estrecha.

Pero en la siguiente etapa, con llegada en Sorrento tras coronar el terrible Monte Faito 25 kilómetros antes, allí donde Fuente dió una exhibición el año anterior, Galdós demuestra que está en una forma fantástica. Al pié del Faito ataca Battaglin, que busca desesperadamente recuperar la maglia rosa, y Galdós le caza casi en lo alto. Los dos corredores más fuertes de la carrera llegan a la meta acompañados por Conti y Bertoglio, aunque la victoria ya se les había esfumado, puesto que una fuga lejana y en solitario del italiano Osler consiguió llegar a buen puerto con más de 8 minutos de ventaja. Lo que sí consiguen Galdós y los otros 3 italianos es sacar minuto y medio al siguiente grupo, en el que llegan los Gimondi, Baronchelli, Lasa, Panizza y compañía. Así pues, se convierten en los 4 primeros de la general, estando el quinto (Lasa) a más de 5 minutos. Baronchelli y Gimondi, en el podio el año pasado tras Merckx, parece que no tienen el mismo golpe de pedal que 12 meses atrás.

Tras la batalla, llegan jornadas de calma mientras se sube la península italiana con la vista puesta en los dolomitas y esa temible etapa final. Roger de Vlaeminck se empieza a convertir en omnipresente en toda situación que no cuente con una subida de características verdaderamente duras. Así, la siguiente etapa ve una fuga en los kilómetros finales en la que se mete el belga, pese a que el italiano Paolini le roba la victoria. Los dos siguientes días no perdonará, alcanzando las 5 victorias. Pero no son etapas tranquilas. Baronchelli quiere recuperar el terreno perdido y empieza a amenazar al lider. Sobre todo en la décima etapa, con final en Tívoli. En la subida a San Polo dei Cavalieri, a solo 12 kilómetros de meta, ataca Gibi. Battaglin, siempre atento a cualquier movimiento en las cumbres, se va con él. Galdós no engancha hasta los primeros metros de la bajada, lo mismo que el resto de ilustres, que llegan con medio minuto de ventaja sobre el pelotón. Al día siguiente Baronchelli vuelve a atacar, pero esta vez el grupito de valientes en el que se metió es cazado y llegan al último kilómetro agrupados. Allí De Vlaeminck vuelve a demostrar que está en una forma espectacular.

Al día siguiente, jornada de calma. Los corredores sienten la trascendencia de las dos contrarelojes seguidas que se avecinan: la primera llana en Forte dei Marmi y la segunda la cronoescalada a Il Cioco. Así pues, es Sercu el que se anota su segunda victoria de etapa en el Giro. Junto a la victoria de Osler y las 5 de De Vlaeminck, el Brooklyn acumula 8. Y aún quedaban más por llegar.

Por fin, en la crono decisiva, saltó la sorpresa relativa. Se imponía Battaglin, un escalador puro, lo cual no deja de ser una sorpresa. Pero su excelente estado de forma hace que la sorpresa sea solo relativa. Giovanni está siendo el más fuerte, y solo el pundonor de Galdós y la mala suerte (no hay que olvidar su caída de la cuarta etapa) le impedían llevar la maglia rosa. Su triunfo es incontestable, pues gana a corredores de la clase de Gimondi, Baronchelli, De Vlaeminck, Bertoglio o Knutsen, si bien en diferencias que no pasan los 41 segundos. Sin embargo, su satisfacción es total, puesto que su mayor amenaza, Galdós, tiene una desafortunadísima actuación, dejandose más de 3 minutos. En su descargo hay que decir que tuvo una caída en la parte inicial. Battaglin cuenta ahora con 1:42 sobre Bertoglio y 2:40 sobre Galdós, mientras Gimondi y baronchelli siguen a más de 3 minutos. El camino está despejado para él ...

Si no fuera porque tras el día de descanso, lo que había sido una carrera dominada por Battaglin comenzó a hacerse un calvario para él. Fausto Bertoglio, uno de sus gregarios, protagoniza la gran sorpresa al imponerse en la cronoescalada a Il Cioco y quitarle la maglia rosa a su jefe de filas por solo 8 segundos. Cierto que el bresciano estaba haciendo un Giro muy regular, siempre manteniendose en buenas posiciones por detrás de Galdós y Bertoglio, pero no menos cierto es que a sus 26 años y tras varios como profesional, su palmarés estaba desierto. De todas formas, Fausto es claro: es Battaglin quien continúa siendo su líder en la Jollyceramica, y por tanto trabajará para él. Sin embargo, el ahora segundo de la general no lo tiene tan claro. No se ha encontrado nada bien en la subida, y buena prueba de ello es que, siendo el mejor escalador del Giro y habiendo ganado la otra contrareloj, pierda en la cronoescalada de 13 kilómetros casi 2 minutos con su gregario. De todas formas, analizandolo friamente la exhibición de Bertoglio ha sido excepcional: el segundo, Perletto, pierde 43 segundos. Baronchelli y Galdós rondan el minuto, mientras que Gimondi se deja 1:22. La general está ahora muy franca para la Jollyceramica, puesto que el tercero, Galdós, está a 2 minutos, mientras que cuarto y quinto son Gimondi y Baronchelli a 3 minutos. Battaglin tiene todo de cara, con un escudero de lujo para protegerle.

Sin embargo, las malas señales de la cronoescalada se confirman totalmente al día siguiente. Camino de Arenzano se desata una batalla campal que pone contra las cuerdas a Galdós (tuvo que ser reintegrado al grupo principal por sus compañeros) y deja eliminado a Battaglin, que sin ayuda de su equipo acaba llegando a meta a casi 10 minutos. La carrera está acabada para él, y ahora es Bertoglio el que se encuentra en una situación inmejorable, con Galdós a 2 minutos y la amenaza aún latente de sus compatriotas Gimondi y Baronchelli.

Tras la tempestad que ha puesto el Giro patas arriba, eliminando al claro favorito hasta hace un par de días, llega la calma. La siguiente etapa llega una fuga consentida en la que se impone Fabbri. El día siguiente está dividido en dos sectores. El primero, sprint en el que Van Linden llega el primero pero es descalificado, pasando la victoria a Sercu. Por la tarde, una mini etapa de 46 km con los últimos 7 de subida al Monte Maddalena, una pared al lado de Brescia. Muy similar a la etapa del Blockhaus de esta edición de 2009. En los kilómetros finales los favoritos se juegan unos pocos segundos, consiguiendo la victoria Panizza con 11 segundos sobre Bertoglio y Baronchelli, 15 sobre Galdós y 24 sobre Gimondi. El líder, cerca de su casa, ha respondido muy bien a la presión de la maglia rosa, pero los siguientes días, con colosos como el Monte Bondone, Marmolada, Pordoi y Stelvio, prometen ser muy duros.

Así, en la siguiente etapa, con el Bondone a mitad del recorrido, propicia numerosos ataques, con Oliva luchando por el premio de la montaña y los favoritos coronando el coloso juntos. En el descenso y el tortuoso recorrido posterior hasta Baselga di Pine, la lucha es encarnizada. Galdós, que cuenta con la ayuda de Lasa en el grupito de 9 corredores que marcha destacado, consigue no ceder pese a las ganas de los italianos. Finalmente, un De Vlaeminck que está haciendo un Giro espectacular se impone a Gimondi en el reducido sprint.

Al día siguiente, etapa de transición hasta Pordenone. Los favoritos se relajan, pensando en las dos últimas etapas, en las que les espera la decisión del Giro. Esto produce que se forme una escapada en la que se meten 7 corredores de equipos diversos. Puesto que la mayoría de las escuadras están representadas, el pelotón deja hacer. La ventaja va subiendo hasta que a 35 kilómetros de meta alcanza los 13:50. En ese momento saltan las alarmas. Davide Boifava (el que posteriormente sería director del Carrera) es uno de los integrantes de la fuga, y en la general se encuentra a 16 minutos de la maglia rosa. En un día de aparente descanso, el Giro se le puede complicar a Bertoglio. Así que es el propio equipo del lider el que tiene que acabar tirando, para dejar las diferencias en meta en menos de 12 minutos y alejar el peligro del cambio de lider. El sprint del grupo lo vence el colombiano Martín "Cochise" Rodriguez, su segunda victoria en esta carrera tras la del año 1973.

Así pues, las espadas están en alto ante el gran "tappone" dolomítico del penúltimo día. Entre Pordenone y Alleghe los ciclistas deben escalar la Forcella Staulanza, el Colle di Santa Lucia, la Marmolada y el Pordoi, cuya cima está a 37 kilómetros de meta. Todos esperan los ataques de los Kas que hagan tambalear el liderato de Bertoglio, pero por detrás Baronchelli y Gimondi aún son temibles, sobre todo el último, que no ha dado una pedalada de más en todo el Giro. Los primeros dos puertos son de tanteo, con movimientos estratégicos y ataques de gregarios. El Kas aprovecha para puntuar en la montaña con Oliva y mandar por delante a éste y a López Carril, como peones para futuros movimientos. Al arrancar la Marmolada los acontecimientos se precipitan. Los dos Kas ruedan en cabeza junto a Polidori y Santambrogio, esperando el ataque de Galdós. Y este ataque finalmente se produce. El vitoriano demarra y nadie puede seguirle, ni siquiera Bertoglio. Contacta con sus dos compañeros, aunque Oliva no tiene fuerzas para más y es López Carril el que hace un extraordinario esfuerzo para ayudarle. Finalmente, Galdós cruza el Pordoi en solitario. Por detrás tan solo Conti y un sorprendente De Vlaeminck le acechan a medio minuto. Los favoritos italianos pasan a 2 minutos. En el descenso, sucede lo lógico: Conti y De Vlaeminck alcanzan a Galdós, que tira de ellos intentando obtener la máxima renta sobre Bertoglio. La maglia rosa, ayudada por Gimondi, minimiza en meta la pérdida, dejándose menos de minuto y medio sobre el español, que logicamente no disputa un sprint que se adjudica De Vlaeminck. Gimondi entra con Bertoglio, pero dice adiós a sus opciones de ganar su tercer Giro (lo que haría el año siguiente). Baronchelli tampoco está al nivel del año anterior: en meta se deja más de dos minutos, pierde su puesto en el podio con el lider de la Bianchi y ve amenazada su posición por De Vlaeminck, a solo 4 segundos de él en la general. Pero la verdadera lucha es por el primer puesto. Solo 41 segundos separan a Bertoglio de Galdós a falta de una etapa. ¡Pero qué etapa! Tras pasar en los primeros compases San Pellegrino y Costalunga, el Giro echa el telón en lo alto del Stelvio, Cima Coppi con sus 2757 metros de altitud. Más emoción es imposible, puesto que Galdós y el Kas han demostrado llegar al final de la carrera en una gran condición, y la bisoñez del lider puede ser un factor determinante.

Así pues, la última etapa arranca en un clima de suspense. Ni mucho menos es el habitual paseo triunfal del vencedor y la relajación de sus compañeros de pelotón. Todos saben que les queda un duro esfuerzo por delante y que nada hay resuelto. La tensión era tanta que en los dos primeros puertos no sucedió más que los ataques de Oliva buscando consolidar el premio de la montaña. Clasificación que no estaba resuelta para el toledano pese a contar tras el paso por Costalunga con 150 puntos de ventaja sobre el segundo, Polidori, y 160 sobre Bertoglio. Hay que tener en cuenta que, mientras los puertos de primera categoría daban un máximo de 50 puntos, la Cima Coppi otorgaba al primero que pasara por ella 200 puntos. Polidori no parecía rival, pero Bertoglio, al estar inmiscuido en la clasificación general, podía arrebatarle la maglia verde. Como decíamos, calma tensa hasta los últimos 25 kilómetros, en los que tras pasar Prato allo Stelvio comienza la larguísima subida al gigante. Es tras pasar Gomagoi, en los últimos 18 kilómetros, los más duros, cuando se produce el esperado ataque de Galdós. Un ataque que deja fuera de combate a Baronchelli, víctima de un pajarón final que le dejará en meta a más de 11 minutos y fuera de toda opción de podio, y a Gimondi, que definitivamente se despide de los dos más fuertes de la carrera. Pero Galdós no consigue dejar a Bertoglio, ni siquiera a Perletto y Panizza. Se forma un cuarteto del que tira constantemente el vitoriano, hasta que Panizza, víctima de un problema mecánico, deja la cabeza en un terceto. A 6 kilómetros del final Galdós fuerza el ritmo y Perletto lo paga descolgándose. Ya solo quedan dos hombres en cabeza, los dos primeros de la general, pero aún no es suficiente para el jefe de filas del Kas. Gimondi, Conti y De Vlaeminck, que marchan detrás de los primeros, son actores secundarios. Quien obsesiona a Galdós es Fausto Bertoglio, soldado con su maglia rosa a la rueda trasera del vitoriano. Los dos protagonistas avanzan hacia la cima con paredes de nieve a su lado, alcanzando cada vez más altura. Los kilómetros van pasando, 5 para meta, nuevo ataque de Galdós, 4, Bertoglio sigue pegado a él, 3, tal vez si consiga desembarazarse ahora del italiano pueda recuperar los 41 segundos, 2, un último esfuerzo que puede valer un Giro, 1... tras pasar la pancarta del último kilómetros, Galdós se da cuenta de que ha sido vencido. El Giro se le ha escapado pese a haberlo intentado ganar con todas las fuerzas que le quedaban, y encima ahora Bertoglio puede esprintarle para robarle la victoria de etapa. Pero el italiano es caballeroso y cede la victoria parcial al español, llegando unos metros detrás con los brazos alzados para celebrar su gran triunfo. ¡Ha ganado el Giro! Casi no hay tiempo para saborearlo, puesto que 2 kilómetros más atrás aún estaba sufriendo porque no se le escapara la victoria...

Perletto entra tercero a 1:17, mientras que Gimondi y De Vlaeminck, que se estaban jugando el podio (quién se lo iba a decir al belga) son sexto y séptimo respectivamente, con lo que el italiano será el que suba al cajón en la misma cumbre del Stelvio. Para el "gitano" queda el consuelo del cuarto puesto de la general, la maglia ciclamino y 7 victorias de etapa, lo que resulta en un Giro fabuloso para él. Perletto será el quinto de la general, mientras que Baronchelli baja en una jornada nefasta hasta el décimo puesto. La general de la montaña es compartida por Galdós y Oliva, gracias a los 200 puntos del vitoriano en lo alto del Stelvio.

Así pues, Galdós no pudo ganar un Giro disputado hasta el último suspiro, y fue Induráin, 17 años después, el primer español en ganarlo. Una carrera que nació bajo la tristeza de la ausencia de Merckx (que no volvería a ganar una Gran Vuelta), que en sus primeros compases fue dominada por un Battaglin que parecía predestinado a dominar junto a Baronchelli el panorama ciclista italiano y se vió minimizado por la eclosión de Moser y Saronni, que continuó con el ascenso de un modesto como Bertoglio y que acabó con una lucha espectacular entre éste último y Galdós. Pese a no ser entre dos grandes campeones, fue un duelo intenso hasta el final, que no pudo tener un mejor escenario para su desenlace: las rampas con nieve en el arcen de uno de los colosos italianos, el Stelvio.

martes, 21 de abril de 2009

Lieja 1980: El orgullo de Hinault

A Bernard Hinault no le acababan de convencer las clásicas belgas. Mucho frío, mal tiempo, cotas cortas pero duras, cuando no empedradas. A eso hay que añadirle corredores cuya temporada se justificaba por sí sola en esas carreras primaverales, en las que ponían todo su interés, mientras que los objetivos de Hinault estaban meses después, en las soleadas tardes de julio francesas. Pese a todo eso, en 1980 el bretón ya tenía en su palmarés la Lieja, la Gante-Wevelgem y la Flecha Valona. Pero en esa temporada, tras 2 años seguidos venciendo en el Tour, su objetivo volvía a ser la "grande boucle". Además, probaba en el Giro, donde quería vencer en su primera participación. Por último, el mundial era en Sallanches (Francia), con lo que Hinault tenía motivos más que justificados para ir a por él. Como se ve, una temporada suficientemente cargada como para no forzar en primavera. Pero los resultados previos a la "Decana" impidieron contemporizar al lider de la Renault. Un 5º puesto en la Amstel, un 4º en Roubaix y un 3º en la Flecha (en aquellos años se disputaban en ese orden) llevaron a Hinault a asegurar: "Estoy seguro de que no seré 2º en la Lieja". El desafío estaba echado.

Lo cierto es que el día amaneció muy feo, con nubarrones por encima de Lieja. Todo lo contrario que 3 días antes, cuando Saronni había ganado la Flecha bien cerquita de aquí. A los 5 kms comienza a nevar. 5 kms después, en Sprimont, la tormenta está ya desatada. A partir de ese momento, el día va a ser una sucesión de nieve y frío, y los ciclistas van a luchar únicamente por sobrevivir. De hecho, en las 2 primeras horas abandonan 110 de los 174 corredores que toman la salida.

Entre todos esos abandonos, está a punto de producirse el de Hinault. Preocupado por no coger un resfriado o algo peor, el bretón piensa en el abandono. El Giro empieza en unos días y no quiere hacer peligrar su participación. Guimard, su director, le convence para que no lo haga. "Por lo menos aguanta hasta el avituallamiento", le dice. Un avituallamiento que estaba en Bastogne. "Uf, muy lejos", piensa Hinault. Pero de repente, en el grupo de corredores que están penando por sobrevivir en la carrera, descubre un anorak conocido. Mira bien. Es su compañero de equipo, Maurice Le Guilloux. Algo cambia en la mente de Hinault: "Un capitán debe ser el último en abandonar de su equipo". La decisión está tomada. No sabe en qué grupo y a cuanto de la cabeza, pero el tejón llegará a Lieja.

Por delante, los únicos que se han atrevido a escaparse son los belgas Pevenage y Peeters. Llevan ventaja sobre el grupo cuando se inicia la cota de Stockeu. Allí, Hinault, que ha recuperado su orgullo y su fuerza, ataca. Solo Lubberding y Contini pueden seguirle. Pero en días como el de hoy, no basta con tener voluntad. Hay que ser héroes para aguantar a la rueda de Hinault. Finalmente el capitán del Renault alcanza a la cabeza de carrera en la cota de Haute Levee. Poco tarda en soltarles a todos.

Así pues, el bretón se queda solo a 80 kms de meta. Es mucha distancia, las condiciones climáticas son totalmente adversas, pero las gestas se fabrican en días como éste. Hinault acelera. A partir de aquí, la lucha ya no es contra el resto de supervivientes de la jornada. La batalla es contra el mal tiempo, contra el dolor, tanto físico como mental. Al primero nunca le tuvo miedo, y sobradas oportunidades tuvo durante su carrera de demostrarlo. El segundo es más complicado de dominar. Solo, aterido por el frío, por su cabeza pasa constantemente la pregunta del por qué de esta cabalgada en solitario, la conveniencia de parar, al menos de aminorar el ritmo. En esos momentos, Hinault se dice a sí mismo continuamente: "Los corredores que van tras de mí deben estar en las mismas condiciones que yo, y si ellos pueden soportarlo, yo también".

Por fin, Hinault enfila el Boulevard de la Sauviniere, meta en aquellos tiempos de la Lieja. Hasta luce un tímido sol, como un guiño macabro tras el infierno que ha dejado atrás. Entra como ganador. Pero sin hacer gestos de alegría, sin celebrarlo. Sabe que ha llevado a su cuerpo hasta los umbrales de su resistencia, que ha sido una lucha contra sus límites. Ha vencido, pero no puede ni celebrarlo. En meta, uno de los primeros en felicitarlo es Saronni, retirado al principio del día. El italiano, rendido ante la exhibición, no da crédito. Casi 10 minutos después entra el segundo de la carrera, Kuiper. Los espectadores saben que han presenciado un hecho histórico, una demostración de las que dejan huella para siempre. Sin embargo, el protagonista solo quiere una ducha caliente. Al principio, ni siquiera se puede conceder a si mismo ese capricho. Su cuerpo no soporta el contraste entre el frío acumulado y el calor del agua. Las secuelas durarían bastante tiempo. Hasta 3 semanas después no pudo mover todos los dedos de las manos. Y, años después, aún arrastraría una pérdida de sensibilidad en los dedos. Tal vez ése sea el precio que deben pagar los que se atreven a desafiar los límites. Otros disfrutan la hazaña. Hinault acaba de completar una gesta, pero todo lo que recordará de esa Lieja-Bastoña-Lieja durante su vida es el intenso frío que siempre le perseguirá al pensar en esa carrera. Consecuencias de haber querido hacer lo que al resto de mortales no les está permitido.

viernes, 20 de marzo de 2009

Sanremo 85: la última conquista de un olvidado

Si les digo Hennie Kuiper, a muchos les sonará a un buen corredor pero no uno de los grandes, ni mucho menos. Holandés, equipos de medio pelo en sus inicios, para pasar a correr en los grandes como Ti-Raleigh y Peugeot a finales de los setenta y volver a pequeños equipos en los años ochenta. Siempre a la sombra de su compatriota Zoetemelk. Pero ahora vamos a hablar de un corredor que ganó unos Juegos Olímpicos y un Mundial (y de qué forma, nada más y nada menos que robandole "su" mundial a Roger de Vlaeminck en la propia Bélgica). Este doblete solo había sido antecedido por Baldini y posteriormente solo Bettini ha podido repetirlo. El mismo corredor quedó dos veces segundo en el Tour y ganó dos años consecutivos en Alpe D´Huez (solo igualado por Bugno). Para rematar la faena, estamos hablando de un corredor con 4 de los 5 monumentos. Por detrás de los 3 dioses belgas que tienen el repoker completo (Van Loy, Merckx y De Vlaeminck), solo Kelly y él pueden presumir de estar en el segundo escalón (corrección del forero leblaireau, también tienen 4 de los 5 Monumentos Bobet, De Bruyne y Derijcke).

Pues bien, todo esto y bastante más es lo que se puede hablar de Hennie Kuiper. Y la última de todas estas conquistas, la más inesperada, fue la que consiguió en marzo de 1985, contando ya con 36 años y en el ocaso de su carrera. Y la forma de ganarla fue casi tan sorprendente como la victoria en sí. En uno de los finales de la "Clasicissima" más interesantes, y eso es mucho decir.

La mañana del 16 de marzo de 1985 en el marco tradicional de la salida de la carrera, el Castello Sforzesco de Milán, nadie contaba con el viejo holandés. O mejor dicho, con el "otro" viejo holandés. Joop Zoetemelk, de nuevo acaparando los focos, se acababa de imponer en la Tirreno Adriático a los 38 años. Los favoritos eran Kelly, Vanderaerden y el defensor del título, Francesco Moser. Kelly venía de ganar la Paris-Niza. Vanderaerden, pese a su poderoso sprint, tenía complicada la victoria por la introducción de la Cipressa en el año 82, lo que hacía más duro el recorrido. Por último, Moser había repetido su preparación de 1984, sin correr ninguna de las tradicionales carreras pre-sanremo.

Lo cierto es que la carrera tuvo protagonismo inicial español: el corredor del Teka Ángel Sarrapio y el holandés Van der Knnop fueron los valientes del día. Su aventura no llegó más allá del Capo Berta. Después lo intentaron otros corredores, como Fons de Wolf. Pero ninguna aventura fructificó hasta que en el llano entre la Cipressa y el Poggio atacaron Kuiper, su compañero Van Vliet y el italiano Silvano Riccò. Llegaron al pie del Poggio con unos segundos de ventaja. En los primeros metros de la colina Kuiper se queda de sus compañeros de escapada. Parece claro que es el menos fuerte de los tres. El pelotón viene a más de medio minuto por detrás, pero el ritmo de Van Vliet y Riccò es bueno. De hecho, la iniciativa corresponde a Van Vliet, pese a llevar a Kuiper por detrás. sin duda, considera que su compatriota no tiene más cartas que jugar en este día. Por detrás, del pelotón salta Chioccioli, pero no consigue abrir mucho hueco. Argentin ronda los primeros puestos y el grupo está al acecho.

Van Vliet, después de tirar casi toda la subida, dirige el duo de cabeza en el descenso. Las referencias son que Kuiper está a 20 segundos y el pelotón a 30. Parece suficiente. Pero en los "tornanti" que llevan a San Remo se ve que un corredor está cerca de los dos primeros. El pelotón está a poca distancia, pero cuando la cámara del helicóptero se acerca, se descubre a Kuiper, lanzado en la persecución. La escena es curiosa, porque Van Vliet sigue tirando por delante. Sin pinganillos y en el técnico descenso del Poggio era imposible divisar quién tiraba por detrás. Y más cuando por delante la meta se olía tan cerca. Pero al final ocurrió lo que parecía imposible al inicio del Poggio. Justo en el momento en que se termina el descenso del Poggio, Kuiper engancha con la cabeza de carrera. No se lo piensa. Continúa hacia delante, sin decelerar el paso. Cuando el joven Riccò se quiere dar cuenta, es demasiado tarde. Ya no puede cogerle. Además, Van Vliet se pega a su rueda, obligandole a llevar el peso de la persecución. Por detrás, el pelotón no termina de organizarse. Al paso por la pancarta del último kilómetro, la carrera está decidida. A Kuiper le da tiempo en la recta de meta a celebrarlo y emocionarse. Va a ganar su último monumento, el cuarto. Todo un logro para un espléndido corredor, no suficientemente valorado. Por detrás, Van Vliet completa el doblete por delante de un Riccò extenuado. El pelotón llega a 11 segundos, encabezado por Vanderaerden. Sin duda, una emocionantísima resolución de carrera.

sábado, 7 de marzo de 2009

Las 7 Paris-Niza de Sean Kelly

Ganar 7 veces consecutivas una carrera tiene un mérito enorme. Requiere estar 7 años a un excelente nivel, a poco que la carrera en cuestión tenga una cierta competitividad. Lo primero que se nos viene a la cabeza cuando hablamos de 7 consecutivas, son las 7 victorias de Lance Armstrong en el Tour. Huelga decir el extraordinario suceso que supone esa marca establecida por el estadounidense. Pero si estamos en estas fechas del año, seguramente también reparemos en que Sean Kelly, en los años ochenta, logró encadenar una racha tan espectacular como complicada de establecer en su carrera fetiche, la Paris-Niza. Sin duda, una carrera menor que el Tour. Pero dos handicaps hacen las victorias de Kelly aún más meritorias. El primero es que el irlandés no centraba sus temporadas ni mucho menos en la Paris-Niza. Para él era uno de los objetivos del calendario, pero a la par que citas tan diversas como la Paris-Roubaix, la Vuelta, el Tour, el Giro de Lombardía, etc. Vamos, que Kelly salía a ganarlo todo, durante todo el año. El segundo handicap es que en una carrera de más o menos una semana, como es ésta, hay muy poco margen de reacción. Si te equivocas un día, has perdido la carrera. Si dejas coger demasiada ventaja a un adversario, lo mismo. Si consientes una escapada de alguien desconocido, puede que hayas renunciado a tus opciones. En resumen: lograr lo que consiguió Kelly es una auténtica proeza, que merece que la repasemos en los siguientes párrafos. Vamos a ir viendo cómo el irlandés supo solucionar año tras año los problemas con los que se fue encontrando, y cómo consiguió que la Paris-Niza fuera 7 temporadas seguidas su coto cerrado. Lo dicho, una verdadera hazaña.

Tras la victoria en 1981 de un jovencito irlandés, Stephen Roche, que se destapó para el ciclismo continental en esa Paris-Niza, en el 82 sería el turno de que un sprinter del mismo país, Sean Kelly, asombrara llevándose la carrera hacia el sol. Tras el prólogo que ganó el especialista Oosterbosch, en la primera etapa saltó la sorpresa: el joven y desconocido Chaurin, compañero de equipo de Kelly en el Sem, ganaba merced a una fuga y se ponía líder con más de 5 minutos de ventaja. ¿Resistiría?

En la siguiente etapa, ganada por un combativo Nilsson, Kelly empezaba a dar muestras de su forma al quedar segundo. Al día siguiente, en Saint Ettiene, dio el golpe de mano. Los Peugeot, que tenían un equipazo en carrera (Roche, Duclos-Lasalle, Anderson, Simon y Laurent) montaron una gran batalla que hundió al líder Chaurin. Pero Kelly resistió y se impuso en el sprint del selecto grupo que llegó a meta. Dos días después vuelve a ganar por delante de Gilbert Duclos-Lasalle, que parece el favorito para vencer la carrera, tras eliminar de la lucha a Zoetemelk, que tenía la cronoescalada a Eze del último día para imponer su ley. El penúltimo día, en Mandelieu, Gilbert le roba 5 segundos a Kelly tras arriesgar en el descenso de Tanneron y se pone líder. Todo parece indicar que el corredor de Peugeot tiene la carrera encarrilada, pues entre el irlandés y él se jugarán la victoria el último día.

Pero ese último día salió toda la clase de Kelly. Se impuso tanto en el sector matinal al sprint como en la cronoescalada al col d´Eze de la tarde, robando la victoria de etapa a un Alberto Fernandez en gran forma (había ganado pocas fechas antes la cronoescalada del Tour del Mediterráneo). Duclos-Lasalle era 5º a 44 segundos, con lo que bajaba al segundo cajón del podio, por delante de Vandenbroucke. Kelly se había llevado su primera Paris-Niza a los grande.

En el 83 el prólogo es para Vanderaerden, que ese año entró en la escena ciclista de forma fulgurante. Kelly es segundo, pero en la primera etapa se ve involucrado en una caída a un kilómetro de meta y pierde 48 segundos. Las cosas se complican mucho para reeditar el triunfo del año anterior. Para resarcirse, en la tercera etapa se adjudica el primer sector al sprint. El segundo sector, una crono por equipos, es ganado por el Aernoudt del líder Vanderaerden, mientras que el Sem de Kelly es tercero a 23 segundos. Al día siguiente Kelly vuelve a ganar, en el sprint de un reducido grupo donde no aguanta Vanderaerden. El veterano Zoetemelk coge el liderato, pero el Sem está al acecho: el suizo Grezet es tercero a 9 segundos, el holandés Rooks cuarto a 20 y el irlandés Kelly quinto a 41. Entre los 3 pueden ponerle las cosas difíciles al líder, aunque éste cuenta con la ayuda de su compañero Laurent, que es segundo. Pero el penúltimo día, Kelly le da la vuelta a la tostada. Con una gran fuga consigue arrancar suficiente ventaja a Zoetemelk para ponerse líder, aunque solo con 8 segundos sobre el holandés. Joop parecía el favorito de cara a la cronoescalada final en el Col d´Eze, pero Kelly demostró que la etapa le iba como un guante, ganando y dejando sentenciada su segunda Paris-Niza. Sus lugartenientes de lujo, Grezet y Rooks, le acompañaron en el recital, puesto que quedaron segundo y tercero en la etapa y en la general, sacando a Zoetemelk del podio y logrando un triplete espectacular para el Sem.

En 1984 la novedad la representaba uno de los participantes: Hinault, ausente los últimos años debido al rechazo de Renault a correr la Paris-Niza, había cambiado de equipo y por consiguiente participaba en la tercera ronda por etapas de Francia en importancia. Los primeros días el desarrollo fue el habitual, con el prólogo ganado de nuevo por un especialista (en este caso Oosterbosch, que repetía dos años después), Kelly ganando el primer sprint y el Panasonic arrasando en la crono por equipos y dejando a sus corredores en los primeros puestos de la general. El Skil de Kelly era cuarto a 1:13. Pero con el Ventoux en el recorrido, parecía difícil que los rodadores holandeses mantuvieran el liderato. Y así fue. Caritoux se impuso en el "monte pelado" y Millar, segundo en la etapa, se hacía con el maillot blanco de líder. El grupito de favoritos, con Kelly, Roche, Dietzen y Laurent llegaba a medio minuto de los primeros, mientras Hinault cedía 15 segundos más que ellos. Al día siguiente el bretón quiso reventar la carrera y atacó con saña, pero de repente se encontró con un grupo de manifestantes que querían cortar el paso de los corredores. Hinault, genio y figura, se lió a tortas con ellos. La etapa, que podía haber sido terrible, acabó simplemente con la claudicación de Millar, que cedió el primer puesto a Kelly. El irlandés solo se tenía que preocupar de Hinault, tercero en la general, y de su compatriota Roche, segundo. El penúltimo día estos dos corredores se lo pusieron difícil, pero Sean resistió bravamente, cediendo tan solo ante Roche, ganador de la etapa. El último día, con la tradicional cronoescalada al Col D´Eze, tan solo 11 segundos les separaban. Pero Kelly volvió a llevarse la etapa y la general, por tercer año consecutivo. Solo Merckx antes que él lo había logrado. Por delante de él solo quedaba el record de 5 victorias (no consecutivas) de Anquetil. El irlandés estuvo intratable esa primavera, sumando a la carrera francesa las victorias en Paris-Roubaix, Lieja, Criterium Internacional y Vuelta al País Vasco.

En 1985 la novedad en la línea de salida era el Renault del nuevo dominador del panorama mundial, Laurent Fignon. Pero quien permanecía inalterable era Sean Kelly. El irlandés falló en el prólogo, donde solo pudo ser 15º. El australiano Alan Peiper se hacía con el primer liderato, dejando sin una nueva victoria a Oosterbosch, que tuvo que conformarse con la segunda posición. En la primera etapa, Panasonic arrasa en el sprint, colocando a los hermanos Planckaert (Eddy y Walter) por delante de Kelly. El irlandés estaba en todos los fregados. Al día siguiente, cambio de líder: Oosterbosch arrebataba el maillot blanco a Peiper, merced a una escapada junto a Madiot y Pirard. La etapa, sin embargo, se escapó a los dos holandeses, puesto que fue para Madiot.

Eddy, el menor de los Planckaert, volvió a dejar con la miel en los labios a Kelly en la etapa de Saint Ettiene. En una bonita etapa por el trazado de media montaña de la misma, el líder se jugó la carrera valientemente. Atacó para abrir hueco con sus perseguidores en la general, y solo fue cazado a 4 kilómetros de meta. Pero se había desfondado, por lo que no consiguió entrar con los de cabeza y Peiper recuperó el liderato. Pero al día siguiente la crono por equipos volvió a ser uno de los jueces de la carrera. El Skil de Kelly quedó 2º a solo 8 segundos del Panasonic de Phil Anderson. El resto quedaron a un mundo, siendo La Redoute de Roche el tercero a 52 segundos. Teniendo en cuenta que no se computaban los tiempos de la etapa, sino que se daban bonificaciones dependiendo del puesto, Kelly solo arrebataba 20 segundos a Roche, mientras perdía otros 20 con Anderson. Con lo cual, el australiano sacaba 23 segundos al jefe de filas del Skil y 38 al de La Redoute. Pero ninguno de ellos se quedaba el liderato, merced a la semietapa que se había disputado esa misma mañana, con llegaba a Bedoin previo paso por el Ventoux. Los franceses Pelier y Vichot, gregarios de Kelly, se fugaban con Mottet. La victoria y el liderato era para el primero, quedando Vichot el segundo a 10 segundos. Skil volvía a tener un año más la carrera maniatada.

Pero etapa a etapa iba perdiendo peones. Al día siguiente, Pelier perdía 6 minutos y su privilegiada posición en la general. El maillot pasaba a las espaldas de su compañero Vichot, tras esta etapa ganada por Oosterbosch y en la que Fignon debió retirarse por molestias en el tendón de Aquiles. La maldición que perseguiría al parisino durante los siguientes años empezaba a manifestarse.

En la penúltima etapa se impuso el español Pedro Muñoz aprovechando el ascenso a Tanneron previo a la llegada a Mandelieu. Kelly y Anderson seguían limando tiempo al líder, hasta ponerse a 45 y 32 segundos respectivamente. En la etapa final, por la mañana, Mottet consiguió lo que el día de Bedoin se le había negado. Incluso fue líder virtual, pero los Skil realizaron un gran trabajo para conservar el liderato. Kelly quedó tercero, solo superado por Van Poppel en el sprint. Por la tarde, Anderson no soportó el duelo, quedando 6º a 1:11 del ganador, que no fue Kelly sino otro irlandés, Stephen Roche. Por solo 1 segundo impidió a Sean repetir lo hecho los 3 años anteriores: etapa final y liderato. Pese a no ganar ninguna etapa en esta edición, Kelly se hacía con su cuarta Paris-Niza. En el podio final iba a estar acompañado por Roche, gracias a su gran ascensión al Col d´Eze, y por su compañero Vichot, al que Phil Anderson no consiguió superar.

En la edición de 1986, muy montañosa (tenía llegadas al Ventoux a la altura de Chalet Reynard, el Mont Faron y la cronoescalada al Col d´Eze, además de la etapa del Tanneron) fue un auténtico recital de Kelly. El nuevo jefe de filas del Kas igualó la marca de 5 victorias de Anquetil, pero lo hizo a lo grande. Fue líder desde el primer al último día, ganó 3 etapas, quedó segundo en otras 4, se llevó el maillot de la montaña, el de la regularidad y logró una diferencia enorme sobre sus acompañantes en el podio. Simplemente impresionante. La carrera comenzó con un prólogo que esta vez sí se llevó el irlandés por delante del sempiterno Oosterbosch. Tras dos sprints ganados por el francés Wotjinek, Kelly se impuso al sprint en la tercera etapa por delante del cántabro Alfonso Gutierrez. Al día siguiente, por la mañana, Van Lancker se imponía en el Chalet Reynard gracias a una escapada. Por detrás Zimmermann se mostraba como el más fuerte, sacando medio minuto a Kelly, Caritoux, Simon y Mottet. Lemond y Bernard pinchaban al perder en meta más de 40 segundos. Por la tarde, victoria para Peugeot por delante de La Vie Claire y Kas. Pero, debido al sistema de cronometraje, en la general solo se veían reflejadas las bonificaciones que el equipo de Simon le había sacado al de Kelly. Al día siguiente, nuevo recital del irlandés en el Mont Faron. En la corta subida final marcó el ritmo a todos sus rivales, descolgando incluso a Simon en el último kilómetro. Solo un ataque de Pedro Muñoz, que de vez en cuando sacaba a pasear su clase, le impidió llevarse la etapa. Con Simon descolgado, los rivales pasaban a ser Zimmermann y Lemond, pero estaban a 1 minuto de diferencia de un Kelly que se mostraba intratable. El penúltimo día volvió a demostrar que estaba claramente por encima de los demás. Se impuso en el sprint del pelotón, y solo una escapada del danés Pedersen le impidió anotarse la etapa. El último día por la mañana se produjo la gran sorpresa de que el cántabro Alfonso Gutierrez adelantó a Kelly en el sprint. Pero por la tarde Sean volvió a maravillar, ganando la cronoescalada con 14 segundos sobre Bernard, medio minuto sobre Zimmermann y un minuto sobre Lemond. Estos dos últimos le acompañarían en el podio, pero Kelly había demostrado que en esa edición fue el amo y señor absoluto. Días después se impondría en la Milán Sanremo y continuaría su primavera triunfal ganando la Roubaix y la Vuelta al País Vasco.

Si en el 86 la Paris-Niza fue un monólogo de Kelly, es justo decir que en 1987 el líder del Kas no fue el mejor corredor de la carrera. Sin embargo, acabó ganándola. Tras un prólogo ganado por Vandenbroucke, en la crono por equipos Carrera tuvo una actuación sensacional y dejó a sus dos líderes, Zimmermann y Roche, en inmejorables condiciones. Sobre todo este último, que venía de una lesión el año anterior y en este inicio de temporada parecía que se empezaba a recuperar, tras ganar en la Vuelta a Valencia. Roche se ponía líder, dejando a Kelly a 41 segundos. Se complicaban las opciones del pentacampeón de la carrera. Kelly comenzó pronto a arañar bonificaciones siendo 2º en la siguiente etapa. Y en el Mont Ventoux demostró que estaba fuerte. Se impuso en la línea de meta a Stephen Roche. El tercer hombre fuerte del día, Pensec, tenía la mala suerte de salírsele la cadena justo cuando se iniciaba el sprint. El duelo de irlandeses estaba servido, puesto que se quedaban liderando la clasificación, con la única amenaza de Fignon: estaba a 48 segundos del líder Roche y a 17 de Kelly, pero había perdido comba en la dura ascensión. Mala señal.

Las emociones no paraban en esta edición. Al día siguiente, en la llegada al Mont Faron, cambio de líder. Bernard protagonizaba una de sus grandes actuaciones, escapándose en el penúltimo puerto y llegando en solitario a meta y haciendose con el liderato. Mientras Roche y Kelly se vigilaban por detrás, llegando juntos a meta, el líder de La Vie Claire tomaba 45 segundos al corredor del Carrera y 1:14 al ganador de los últimos 5 años. La Paris-Niza 87 parecía vista para sentencia. Pero al día siguiente, de nuevo se produjo un vuelco en la general. Los 3 rivales de Bernard se unieron y dieron un golpe de mano, distanciando en el terreno ondulado de la etapa al líder, que entraría en meta a 2 minutos de Fignon, que se imponía en el sprint del pequeño grupo de elegidos. Prácticamente un anticipo de lo que pasaría meses después en el Tour. Así pues, Roche recuperaba el liderato con 24 segundos sobre Kelly y 37 sobre Fignon. Todo parecía que se jugaría en la cronoescalada del sector vespertino, pero viendo el estado de Roche parecía complicada una sexta victoria de Kelly. Sin embargo, la clave de la carrera estuvo en el sector matutino. En el descenso del Col de Vence, el líder pincha. La tardanza en reparar el pinchazo provoca que por delante se pongan de acuerdo y no consiga contactar. En meta, Roche ha perdido 2 minutos y la carrera. De nada le sirve que por la tarde demuestre ser el más fuerte, imponiéndose en la cronoescalada. A Kelly le basta con controlar a Fignon, que falla estrepitosamente, perdiendo incluso el segundo puesto del podio a manos de Bernard. Roche es cuarto, pese a haber sido el más fuerte de una carrera llena de alternativas y donde la emoción fue continua.

La edición de 1988 se inició convulsa, en parte por la decisión de la organización de programar una Challenge inicial por equipos (pero divididos en dos grupos, de 4 y 5 corredores respectivamente) que no contaba para la general y que ganó Toshiba, y por otro lado por los dimes y diretes de Stephen Roche, que tomó la salida en esa Challenge de 6 km pero que no disputó el resto de la carrera, afectado por los problemas en la rodilla que le dejarían en el dique seco la mayoría de ese 1988 infausto para él. Mientras todo eso se producía, en carrera Sean Yates conseguía la victoria y el liderato en la primera etapa, merced a una escapada en solitario que le reportaba más de 2 minutos de ventaja. En la tercera etapa, con final en el Mont Faron, Kelly daba un nuevo golpe de mano. Quedó segundo, por detrás de un Andy Hampsten superviviente de una escapada. A rueda del irlandés solo aguantaron Simon, Pensec y Gorospe. Todos en buena forma, pero no parecía que tuvieran la suficiente entidad para inquietar al irlandés, que se quedó a solo 5 segundos del liderato de Yates. Al día siguiente lo conseguiría, puesto que en el ondulado camino a Saint Tropez Yates se descolgaba. La parte difícil del trabajo ya estaba hecha, y Kelly se limitó a controlar los ataques enrabietados de los Systeme U de Simon y Fignon y a rematar en el Col d´Eze, donde volvía a ganar con 2 segundos de ventaja sobre Pensec. Gorospe, tercero en la cronoescalada, acababa también tercero en la general, siendo el segundo español tras Ocaña que lo conseguía. 2 meses después Kelly ganaría la Vuelta a España, su única gran ronda por etapas.

Los años siguientes Kelly cambiaría la Paris-Niza por la Tirreno-Adriático, carrera coincidente en fechas y en la que su nuevo equipo, el PDM, tenía más intereses. Induráin emergió con dos victorias consecutivas en la carrera francesa, anticipo del dominio que llegaría en la primera mitad de los años noventa. Pero el record del irlandés ya estaba marcado. La impresionante racha de 7 victorias había sido establecida por Sean Kelly. Kelly fue muchísimo más que simplemente el heptacampeón de la Paris-Niza. Ganó numerosas pruebas, muchas de ellas de enorme prestigio. Hizo temporadas memorables, ganando desde marzo hasta octubre prácticamente todo, algo solo repetido posteriormente por Laurent Jalabert. Se atrevió con retos que parecían imposibles inicialmente y los consiguió todos menos dos: el podio del Tour y el Campeonato del Mundo. Pero estas victorias en la Paris-Niza no son sino otro dato más por el que pasar a la historia como uno de los más grandes de este deporte.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Giuseppe Saronni: Hoy estás en la cima, mañana empezarás a caer (Parte II)

Y volvemos a ese día en la campiña inglesa. Al principio los franceses han intentado poner nerviosos a sus rivales, con una escapada de Vallet. Son todo fuegos de artificio, porque mucho antes del final Hinault se retira, lo mismo que Maertens, campeón saliente. En la última vuelta lo intentan Kuiper y Lejarreta, que está muy fuerte. Pero el holandés no puede seguir el ritmo del vasco, que sabe que solo no aguantará la última vuelta y se deja cazar para recuperar fuerzas. Por fin, llegamos a esos últimos metros. Lejarreta lo vuelve a intentar, y a su rueda salta el estadounidense Jonathan Boyer, que le supera y se marcha en solitario. Parece que va a ganar, pero por detrás se ve un maillot de EEUU tirando del indeciso pelotón. Es Lemond, en uno de sus momentos más vergonzosos, cegado por el egoismo, el que acerca lo suficiente al grupo. De repente, una flecha azul salta del pelotón y se va para ganar, por delante del propio Lemond y de Kelly. Es Saronni, con su mítica "fucilata". Un ataque numerosas veces comentado y comparado, pero jamás repetido. Al ver las imágenes parece como si un profesional compitiera contra alevines. Solo por eso y por las 3 Roubaix consecutivas de Moser, quedan perdonados los años "moser-saronnianos", que tanto daño le hicieron al Giro en particular y al ciclismo italiano en general.

Saronni es por fin "maglia iridata". Y además, está desencadenado. Se presenta al Giro de Lombardía, una carrera que por sus características (el más montañoso de los Monumentos) nunca ha estado cerca de ganar. Hace una carrera perfecta, cazando él solo a Visentini, que se había escapado en la último tramo de descenso, y vence en el sprint al grupo de favoritos.


1983 arranca como terminó el año anterior. Saronni es un coloso y cualquier objetivo está a su alcance. En el camino preparatorio a la Sanremo, llega de lider a la última crono, donde se relaja para no llegar cansado a la clasicisima. En ella, un grupo de 14 favoritos llegan juntos al Poggio. Allí ataca Juan Fernández, pero es cazado y saronni lanza su ataque antes de comenzar el tramo más técnico de la bajada. De nuevo, cuando se gira hacia atrás sus supuestos rivales han desaparecido. En meta por fin puede quitarse el amargor de 3 segundos puestos en esta carrera. Ahora mismo, todo lo que toca lo convierte en oro.

Se prepara para debutar en la Vuelta a España, atraido por el dinero que le pagará el organizador, Unipublic, que quiere contar con un gran elenco extranjero en esta mítica edición. Antes de eso, le da tiempo a ser segundo en la Lieja, solo superado por un imberbe Steven Rooks. En el prólogo de la Vuelta no tiene suerte y se cae. Ante una evidente falta de motivación, deja pasar una etapa que le viene como un guante, la primera con llegada al Castillo de Cuenca. Tampoco en los sprints llanos consigue arañar ninguna victoria, siendo superado por el nuevo fenómeno de las volatas, el belga Vanderaerden. En la montaña pirenáica queda claro que Beppe no tiene intención de disputar la general, pues pierde mucho tiempo. Además, su situación se agrava por culpa de una bronquitis. Cuando más arrecian las críticas locales, llega la etapa de Zaragoza, con final en la subida al Casino Montes Blancos, y vuelve a sacar su inigualable arrancada. Ya tiene la primera etapa de la ronda. Al día siguiente, la famosa jornada de la encerrona a Marino que le costó perder el liderato y posiblemente la Vuelta, vuelve a imponerse. Su última aportación en la carrera será tensar el grupo en Peña Negra, el día de Ávila, para que después Hinault hiciera el destrozo por todos conocido en Serranillos. Ni siquiera termina esa etapa, pues se retira para preparar el Giro, entre las críticas de los aficionados españoles que le acusan de trabajar para el lider de Renault.

El Giro, igual que 4 años antes estaba pensado para Moser, está ahora diseñado para Saronni. Hay bonificaciones para los 4 primeros en meta, que alcanzan hasta los 30 segundos para el vencedor de cada etapa. Se dedica a coleccionar una enorme cantidad de segundos en los sprints que le son más favorables, y en la séptima etapa, en Salerno, ya se apodera de la maglia rosa que atesora Contini hasta ese momento. En la crono de Parma consigue una sensacional victoria, que le da un colchón enorme para defenderse de los ataques de los españoles, que dominan en los Dolomitas. De las 4 únicas etapas "de montaña", 3 de ellas (Campitello Matese, Colle di San Fermo y Selva di Valgardena) son unipuerto, por lo que minimiza las pérdidas sobre Alberto Fernández (el mejor escalador de este Giro) y Visentini. Tan solo en la última etapa montañosa, con el Pordoi y otros 4 puertos en el menú, sufre ante el ataque de Visentini. Pero el lider del Inoxpran no consigue la colaboración de Becchia y finalmente no consigue una ventaja apreciable sobre Saronni. El campeón del mundo parte en la última crono con casi dos minutos sobre Visentini y, aunque pierde uno de ellos, se acaba imponiendo en la corsa rosa tal y como estaba planificado al inicio.


Y, por fin, volvemos de nuevo a ese podio de Udine del que se baja feliz Saronni, completado el círculo mágico desde el mundial hasta aquí. El espejismo que ha vivido arriba está olvidado. ¿Espejismo? Lo cierto es que a partir de este día, Saronni pierde de repente ese golpe de pedal que llevaba meses demostrando. Lógico, si se tiene en cuenta lo complicado de mantener la forma durante tanto tiempo. El problema llega si no se vuelve a recuperar nunca. El resto de año es un continuo fracaso para el capitán del Del Tongo. No consigue ningún otro resultado positivo, quedando 17º en el mundial y perdiendo el Super Prestige Pernod (el equivalente de la época al Pro Tour, pero con mucho más prestigio), que tan bien encarrilado tenía al principio de la temporada. Kelly y Lemond llegaron con más hambre al final del año y fueron los que se lo disputaron, con victoria para el americano.

Si el final de 1983 fue muy malo para Saronni, 1984 fue aún peor. No solo se pasó un año entero sin conseguir nada remotamente destacable. A esto se unió que su eterno rival Francesco Moser resurgió de sus cenizas y gracias a las ayudas de Francesco Conconi tuvo, ya en su madurez, un año espléndido. El trentino batió el mítico Record de la Hora de Merckx, ganó la Sanremo y el Giro. Había vuelto a conquistar el corazón de la Italia ciclista, algo más doloroso para Saronni que quedarse sin victorias. Pero parecía increible que un corredor intratable un año antes, se hubiera quedado reducido a la nada.

En el 85 Saronni sigue sin ser ni la sombra de si mismo. Tan solo consigue dos etapas en el Giro y victorias menores. Para alguien que años atrás era el total dominador de la temporada transalpina son solo migajas.


En el 86 tiene lugar su canto del cisne en el Giro de Italia. En el camino de preparación gana el Trofeo Pantalica y se lleva etapas en la Vuelta a Andalucía y el Giro dellla Puglia, además de ser cuarto en la Sanremo. En el Giro, vuelve a recuperar un gran nivel, portando la maglia rosa durante 11 etapas, merced a las bonificaciones que consigue en las llegadas (pese a no ganar ningún parcial, es segundo en 3 de las jornadas iniciales) y al gran papel de su equipo en la crono por equipos. En la crono de Siena, 12ª etapa, refuerza su liderato al ser tercero tras su compañero Piasecki y Roberto Visentini. Precisamente será este último el que en la etapa con final en la subida a Foppolo, previo paso por el San Marco, le arrebate el liderato. En un día en que se impone el español Pedro Muñoz, Saronni no resiste el puerto más duro de la edición de este año y pierde contacto con los mejores escaladores, como el propio Muñoz, Visentini, Lemond, Corti, Chioccioli y Baronchelli. En meta se deja dos minutos y medio y el liderazgo. En la crono de Cremona (última victoria de Moser en el Giro) Visentini no falla y solo pierde 4 segundos con Saronni. La suerte está echada. En las dos etapas montañosas que restan (la de Pejo Terme y la de Bolzano con el Pordoi) la general no se mueve, y Visentini le devuelve a Saronni el resultado de 3 años antes. Ese año terminará con una medalla de bronce en el mundial de Colorado Springs, aunque con el sabor agridulce de que todos los focos son para su compañero de selección Argentin, que se hace con el oro. Beppe nunca más volverá a ser protagonista en los grandes eventos del calendario.


Desde el 86 hasta el 90, año de su retirada, continuó dando tumbos y arrastrando su nombre y prestigio. Sus 3 últimos años, ya sin su viejo rival Moser en las carreteras, se limitó a contemplar a los jovenes italianos como Argentin, Fondriest o Bugno mientras estos conseguían sus victorias. Su época, una época en la que el ciclismo italiano eran él, Moser y nadie más, había pasado. Con su última victoria, el Giro di Reggio di Calabria del 25 de marzo de 1990, cerraba una exitosa carrera en la que había conseguido 195 triunfos. El niño prodigio había completado unas temporadas de ensueño, siendo el estandarte, junto a su opuesto Moser, de uno de los países más importantes del mundo ciclista. Pero cuando estaba en la lo más alto, en la cima, alguien le avisó de que su reinado acababa de terminar. Probablemente en ese momento él no lo creyó. Pero cuando el 17 de octubre de 1990 se retiró al concluir la Milano-Torino, no pudo dejar de pensar que realmente todo había terminado esa tarde de junio en Udine.