La salida de ese mítico día estuvo presidida por la lluvia. Los corredores, embutidos en sus chubasqueros, sabían que se enfrentaban a uno de esos días que no les gustan, en los que salen a la carretera básicamente a sufrir. Su único consuelo, la brevedad de la etapa, de solo 120 kilómetros: bajar desde Chiesa Valmalengo, un rápido llanito, la subida tendida a Aprica, una bajada aún más tendida, la subida al Gavia lo antes posible, y de nuevo a bajar a Bormio y refugiarse rápidamente en el hotel. Antes de que se hubieran enterado estarían confortablemente resguardados. Esas eran las previsiones. No sabían lo largo que se les iba a hacer el día.
Como en toda historia épica, siempre tiene que haber locos que luchen por imposibles, que desencadenen las tormentas que nadie puede parar a posteriori. Este día iba a ser el turno del suizo Joho y del italiano Pagnin, dos corredores de esa estirpe que se sentian más cómodos escapados que dentro del pelotón. Así pues, el paso por Aprica lo coronan ellos dos, precediendo a un pelotón que, azotado por la lluvia, va pasando los kilómetros y continúa su penar hasta Ponte di Legno. Al frente, el Gavia. Un puerto en otras condiciones precioso, pero que ahora se antoja la viva imagen de las puertas del infierno. Mientras la lluvia continúa minando las fuerzas, al frente solo se distingue una tormenta de nieve. El primer valiente en intentarlo en el Gavia es el belga Van der Velde. El espectador que conozca el desarrollo de los acontecimientos y lo que pasó unos kilómetros más arriba, no puede menos que asustarse viendo que su único resguardo frente al frío es la maglia ciclamino que porta como lider de la regularidad. Otros, como Hampsten, habían sido más precavidos, enfundandose numerosas prendas para prevenir el descenso de temperatura. Tal vez en esas elecciones estuvo el destino de la etapa y, por ende, del Giro.
Como decíamos, Van der Velde había atacado y superado a los dos fugados del día. Iba como una bala, enfilado a la victoria. Por detrás, Hampsten lanza el ataque que vale un Giro: seco, duro, y al que nadie puede contestar. Unos kilómetros después, Breukink consigue darle caza. Por detrás, la lucha es por la supervivencia. Mientras algunos como el joven Giovanetti, Zimmermann o Chiocchioli resisten dignamente, los Delgado o Bernard bastante tienen con luchar contra la tempestad que arrecia. Otros, como Visentini y Saronni, se han dado cuenta de que la jornada dirime algo más importante que el deporte en sí, y se han desentendido. Circulan ya perdidos a muchos kilómetros.
Finalmente, Van der Velde corona el gigante. Atrás quedan las penurias de la subida. Pero lo peor está por venir. A menos de un minuto del belga pasan Hampsten y Breukink. Los demás van llegando como pueden y se abrigan con todo lo que encuentran. Eso los primeros, los que se están jugando la carrera. Los de detrás, que llegan con los rostros desencajados, lo único que quieren es que se acabe la pesadilla. Algunos, como el frances Dominique Gaigne, compañero de Bernard en Toshiba, se niegan a continuar, a bajar por esa carretera que solo promete un sufrimiento aún mayor. Los tifosi, que ese día estuvieron inmensos, se dedican a frotar las manos de los ciclistas para que recuperen la sensibilidad y puedan accionar los frenos en el descenso. En fin, las imágenes son más propias de una guerra que de un espectáculo deportivo.
Porque efectivamente, espectáculo deportivo había y se estaba dilucidando muchos kilómetros más abajo, una vez terminado la parte más dura del descenso. Las noticias que llegaban eran que Hampsten había dejado a Breukink y era cabeza de carrera. Pero... ¿y Van der Velde? Como muchos sabrán, Van der Velde coronó el Gavia en cabeza y en el descenso hacia Bormio perdió la temperatura, la etapa y hasta su carrera deportiva.
El belga había pasado la cima el primero y, tras ponerse un chubasquero, se lanzó hacia Bormio. No duró ni 2 km. Esa fue la distancia que recorrió hasta que, destrozado por el frío, tuvo que poner pie a tierra y meterse en una de las rulotes que jalonaban el descenso. Así, primero Hampsten, luego Breukink y muchos más corredores le adelantaban. Finalmente, 46 minutos y 49 segundos después de que hubiera llegado el ganador, el bueno de Van der Velde cruzaba la línea de meta. Teniendo en cuenta que a 20 km de la misma aún era cabeza de carrera, resulta increible tamaña pérdida de tiempo. Así pues, la etapa estaba perdida. El resto del Giro el belga anduvo como alma en pena, aunque se intentó meter en alguna que otra escapada. Incluso consiguió retener esa maglia ciclamino como lider de la regularidad. Pero a partir de ahí, nada. Su carrera estaba terminada, se había acabado un 5 de junio de 1988 bajando el mítico Gavia. El año siguiente pasó al TVM, y acabó su trayectoria en 1990 en el Carrera. La edad, el abuso de anfetaminas y el recuerdo de esta pavorosa etapa cerraron su etapa como profesional y le sumieron en unos años de desaparición pública, de los que salió hace no mucho al lado de su hijo Ricardo, también profesional.
Volvamos a la etapa. A 10 km del final queda claro que Hampsten está en cabeza, una vez eliminado Van der Velde de la lucha. Pero aún más sorpresas estaban por llegar: Breukink, recuperado, empieza a recortarle tiempo hasta que llega a su altura y le pasa como a un amateur, sin que el lider del Seven Eleven pueda hacer otra cosa que mirar como se alejan sus opciones de ganar en este día. Unos kilómetros más tarde, en Bormio, el sufrimiento termina para Breukink, ganador de etapa, que puede empezar a disfrutar la gloria de ganar una jornada tan mítica. Hampsten llega a 7 segundos, suficientes para no ser pasado por el holandés en la general. A partir de ahí, el desierto. A 4:39 llega el joven Tomasini. A 4:55 Giupponi, después de ayudar en los últimos kilómetros a su compañero de equipo, el lider Chiocchioli. Tras él, y en una diferencia de pocos segundos fruto de la falta de fuerzas, llegan Giovanetti, Zimmermann y el propio Chioccioli. Éste ha defendido su maglia rosa con valentía, pero la tormenta ha sido demasiado para él. Tendrá que esperar 3 años para volver a encontrarse en una situación parecida, pero esta vez no habrá ningún Gavia nevado y no la desaprovechará.
Los minutos siguen cayendo escandalosamente a muchas de las figuras del pelotón: 7:08 para Delgado, 9:21 para Bernard, 15:35 para Alcalá y Sorensen... a 30 minutos llegarán Visentini y Saronni, desentendidos de lo que ha pasado por delante. La clasificación ha sufrido un vuelco total, y todo parece indicar que es cosa de dos corredores. El estadounidense Hampsten es el primer corredor de su país en vestir la maglia rosa. A pocos segundos de él (concretamente 15) queda el holandés Breukink. El tercero, el antiguo lider Chioccioli, está ya a 3:54. Los Carrera, que tan controlado tenían el Giro horas antes, se han quedado con la única baza de Zimmermann, que está cuarto a 4:25. Giupponi es quinto a 4:55. Los demás están ya a diferencias siderales, como por ejemplo Bernard a 9:37 o Delgado a 10:41.
Eso, en lo que respecta a lo cuantificable. Porque el daño interno fue mucho mayor. La imágenes en Bormio eran dantescas, con los corredores llorando, retorciéndose de dolor... muchos de ellos hicieron la mayor parte de la bajada en los coches de equipo, se bajaron de los mismos a 3 kilómetros de meta y cumplimentaron en sus bicis ese último tramo de etapa. No hubo descalificación por parte de la organización, que entendió las circunstancias. Muchos profesionales quedaron marcados. Pero habían conseguido sobrevivir al infierno helado. Ellos lo podrían contar con orgullo muchos años después.