El 27 de abril de 1985 se está disputando la 20ª edición de la Amstel Gold Race. La carrera holandesa, con salida en Heerlen y llegada en Meerseen, va a presenciar una batalla solo apta para corredores duros, ciclistas del norte, sabedores de que el primer adversario al que deben vencer no es otro que los elementos. Y entre todos esos corredores destaca un veterano, curtido en mil batallas, gran campeón pero al que la adversidad había estado a punto de derrotar en el pasado. No es otro que Gerrie Knetemann, el holandés del Skill. Un corredor amante de las clásicas, de las carreras duras, que había sido un gran campeón en ese terreno. "De Kneet", como era apodado, es el clásico ciclista holandés cuyo coto de caza era la primavera, aunque alargaba su temporada hasta convertir las etapas llanas del Tour en una pesadilla para los escaladores. Basta decir que la mayor parte de su carrera la pasó en el mítico Ti-Raleigh, para tener el prototipo de ciclista del Benelux. Junto a Jan Raas formaba la pareja de rodadores estrellas del equipo holandés pero, al contrario que su introvertido compañero, Gerrie era un bromista y adoraba el contacto con el público tanto como el público lo adoraba a él.
Además, era un ciclista de enorme clase, puesto que su palmarés supera ampliamente el centenar de victorias. Sin duda, por encima de todas está su campeonato del mundo ganado el 1978 en Nurburgring (Alemania) delante de un Francesco Moser pletórico. Pero Knetemann lo derrotó al sprint y se apropió de un arco iris que añadir a su victoria en la Amstel Gold Race de 1974 (¡en su primera temporada de profesional!), a sus 10 etapas ganadas en el Tour de Francia, y a la ingente cantidad de victorias de prestigio que fue acumulando, entre ellas la Paris-Niza, el Tour del Mediterraneo, etc. Pero todo eso estuvo a punto de ser tirado por la borda durante la disputa de la carrera A través de Flandes del año 1983. En un año que había empezado con muy buen rendimiento (1º en el Tour del Mediterraneo, 2º en la Tirreno-Adriatico y 3º en la Estrella de Beseges), tuvo la mala fortuna de sufrir un terrible y escalofriante accidente contra un coche en un día de perros. Se temió por su vida, pero finalmente consiguió sobrevivir. Con lo que nadie contaba era con que volviera al ciclismo profesional, tras haber cumplido ya los 32 años. Pero Gerrie era una persona tenaz y consiguió volver a ponerse un dorsal. Ya no era el corredor de antes de su lesión, así que a finales de 1983 no fue a ninguno de los dos equipos que surgieron tras la desaparición del Ti-Raleigh: ni al Panasonic de Raas ni al Kwuantum de Post. En vez de eso, tuvo que rebajar su categoría para recalar primero en el Boule D´or, luego en el Skill para ayudar a Kelly y finalmente en el PDM recién creado con la capitanía de Pedro Delgado hasta su retirada al acabar los años ochenta.
En este 1985 se encuentra en el Skill. Pero por aquellos años la Amstel Gold Race coincide con la disputa de la Vuelta a España, donde está participando Kelly. Por tanto, Knetemann puede jugar sus bazas, sobre todo cuando se encuentra como único representante de su equipo en el corte bueno de la carrera, que se forma con casi una veintena de ciclistas entre los que están corredores de la categoría de Kuiper, Bauer, Roche, Criquelion, Zoetemelk o Anderson. Con Van der Poel escapado por delante desde hace muchos kilómetros, el grupo le persigue. Es sin duda un día de perros. En una aceleración del grupo en un repecho, ni siquiera una subida de las 17 catalogadas por la organización, todo un reciente vencedor de la Sanremo como Kuiper no puede seguir a sus compañeros y se queda.
Era Verhoeven el que había provocado junto a Van der Poel el peligroso corte que podía ser definitivo, pero sufrió un pinchazo y dejó a su compañero de escapada solo en cabeza. En un momento dado el grupo se divide en dos, verhoeven se queda por detrás, pero junto a su compañero de equipo Broers se lanza a la caza del grupo delantero. Verhoeven es en este 1985 una gran promesa en aquellos tiempos, el año anterior había ganado el campeonato holandés amateur. Otro integrante del grupo como Bauer también es una gran promesa: un jovencito prometedor que fue medalla de bronce en los mundiales del año pasado con solo 3 semanas de profesional.
Una vez que el grupo se vuelve a juntar se produce un nuevo ataque de Verhoeven al salir de una curva, al que responde Knetemann y, posteriormente, el resto del grupo. Se abren permanentemente huecos dentro del grupo. Son solo 5, 10 metros, pero que en estas condiciones y con la dureza acumulada sobre los corredores, se hacen muy difíciles de recortar. Finalmente Van der Poel es cazado y dejado atrás. Llega el momento decisivo y Verhoeven, pletórico de fuerzas, vuelve a escaparse, ahora en solitario. Para su ataque aprovecha que Anderson está en cabeza del grupo hablando con su coche y ataca por el otro lado del vehículo, sorprendiendo a todos. Por detrás de él ya solo resiste un cuarteto perseguidor con el australiano Anderson, Knetemann, Versluys y Lieckens.
Anderson intenta un ataque para irse en solitario a la caza de Verhoeven pero solo consigue descolgar a Versluys, corredor del Hitachi. Versluys se recupera y alcanza a sus 3 compañeros, demarrando nada más llegar a su altura. Solo Knetemann se suelda a su rueda, mientras Anderson y Liekens mantienen una guerra de nervios que los elimina. Knetemann comprende que es su oportunidad y se pone a tirar del Hitachi. Con la dureza que acumulan los corredores cada vez se encuentra mejor. Lleva el peso de la persecución y cada vez sus pedaladas son más poderosas, hasta que finalmente Versluys debe ceder a su empuje y queda descolgado.
Cuando pasan por el Cauberg, a 9 km de meta, Verhoeven finalmente aparece delante de él. El terreno es ascendente y el joven holandés va excesivamente lento en comparación con su veterano compatriota. Knetemann mueve un desarrollo enorme para los porcentajes que ascienden y la dureza acumulada. Finalmente Gerrie alcanza al joven del Skala y no lo duda ni un instante. Nada más llegar a su altura suelta un durísimo demarraje. Verhoeven intenta ir tras él, pero no tarda ni 5 segundos en darse cuenta de que es imposible, de que hoy ese anciano venerable pero prácticamente desahuciado ha recuperado las privilegiadas piernas que le permitieron ser uno de los terrores de las carreteras del norte durante la década pasada. La fuerza con la que el corredor del Skill golpea los pedales recuerda forzosamente a las de un Vulcano martilleando machaconamente en su fragua. Hoy Knetemann es el protagonista, ha dejado de ser el gregario de Kelly, ha recuperado las sensaciones de años atrás, cuando saboreó las mieles del maillot arcoiris y tantas otras victorias. El accidente en A través de Flandes queda muy atrás, ya no recuerda que todos lo daban por acabado, que a su edad (35 años en aquel momento), nadie apostaba por que volviera a competir a un nivel aceptable. Pero sí recuerda las muestras de cariño que recibió tras su accidente, recuerda que el holandés es un pueblo agradecido con sus grandes ciclistas, y les va a dar una victoria épica por la forma en que se ha desarrollado y las condiciones climatológicas. Les va a demostrar que pese a que la juventud suele ser un valor que aporta pujanza, el viejo veterano curtido en mil batallas hoy va a dejar totalmente tirado a la promesa que el año anterior se coronaba campeón de Holanda amateur. Pero no solo ha sido superior a él, sino también a los Roche, Anderson, Bauer, etc, que van llegando a varios minutos de Knetemann a la línea de meta.
Cuando entra en Meerseen como vencedor, el viejo gigante se ha convertido en un niño que no puede parar de llorar. Once años después ha vuelto a ganar la gran carrera de su tierra, cuando nadie creía ya que reverdecería las glorias pasadas. El aprecio y cariño del público es unánime y entregado. Aunque al año siguiente volvería a ganar la Vuelta a Holanda, esta Amstel fue el último gran triunfo de Gerrie. Años después sería seleccionador nacional de Holanda y en 2004 fallecería víctima de un ataque al corazón. Pero ese frío y desapacible día de abril de 1985 demostró que el maldito accidente de la clásica A través de Flandes no le impidió despedirse a lo grande firmando el canto del cisne de los grandes rodadores holandeses de los años setenta, que dominaron las llanuras embutidos en sus maillots del Ti-Raleigh. Su época ya había pasado, los cantos de internacionalización estaban a punto de llamar a las puertas del ciclismo y era tiempo de abrir ese antiguo coto vedado a otras nacionalidades. Pero Knetemann había dejado esta carrera para recordar que un día ellos habían sido los únicos dominadores del inhóspito Norte. Los viejos rockeros nunca mueren, permanecen para siempre en nuestro corazón.
2 comentarios:
Primer post del año 2011, como aperitivo de la Amstel Gold Race de este año, en memoria de uno de los pequeños grandes de este deporte.
que gran historia, gracias.
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