viernes, 1 de febrero de 2013

Vuelta a España 1986: El triunfo del pundonor

La Vuelta 1986 nació con dos grandes favoritos. Por un lado, Sean Kelly, el dominador sin discusión de la temporada hasta ese momento. Su arranque de año había sido prodigioso, ganando la Sanremo, Paris-Roubaix, la Vuelta al País Vasco y, por supuesto, "su" Paris-Niza. Además, había sido segundo en el Tour de Flandes. Poco más se podía pedir a una primavera, pero Kelly era insaciable y quería demostrar que también podía con las vueltas de 3 semanas. Por otro lado, Laurent Fignon, el antiguo ganador del Tour en 1983 y 1984, que tras pasar un nefasto 1985 debido a las lesiones parecía que volvía a reencontrarse consigo mismo, tras vencer en gran campeón la Flecha Valona. Si el lider del equipo System U (que corrió la Vuelta bajo el patrocinio de Pegaso) recuperaba un nivel cercano al de dos años atrás, la opinión general es que nadie podría hacerle frente.

Y la Vuelta arrancó con un prólogo y una etapa en línea que se desarrollaban en la isla de Mallorca. En el prólogo Thierry Marie (especialista en esta disciplina) no falló y se puso de lider. Pero el System U no estaba dispuesto a defender ese liderato y al día siguiente una cabalgada del galo Marc Gómez, del Reynolds, le dió la etapa y el liderato. Gómez aguantó el primer puesto en las 3 etapas siguientes, que se resolvieron en sprints, con un balance de dos victorias españolas (algo excepcional en aquella época cuando de llegadas masivas se trataba) a cargo de Manuel Jorge Domínguez y Alfonso Gutiérrez, y una victoria extranjera que obtuvo Eddy Planckaert.

Pero con la llegada de las primeras dificultades montañosas (los puertos de la Sía y Alisas en la etapa de Santander) se produjeron los primeros escarceos con relevancia para la clasificación general. Kelly decidió apostar por un ataque valiente en el descenso del Portillo de la Sía y se marchó junto a dos Teka (Aja y Chozas), que corrían en la tierra del patrocinador y querían reventar la carrera. La escapada fue finalmente reducida, pero el equipo cántabro acabó consiguiendo sus objetivos merced a un ataque postrero del gallego Blanco Villar que le reportó la etapa y el liderato.

Al día siguiente, primer final en alto de la carrera, en los Lagos de Covadonga. El primero de los grandes en dar la cara fue Lejarreta, que impuso un fuerte ritmo a mitad de subida que acusaron tanto el lider Blanco Villar como los dos grandes favoritos, Kelly y Fignon. Posteriormente el escocés Robert Millar tomó el mando de los acontecimientos y a base de tirones se acabó quedando solo en cabeza, para vencer con un puñado de segundos sobre Dietzen, Delgado y Pino. Tras la enorme decepción que se llevó el año anterior, el británico demostraba que venía con muchas ganas de vengarse de lo sucedido 12 meses antes.

Tras otra etapa de transición que condujo al pelotón hasta Oviedo se disputó la cronoescalada al Naranco, un puerto corto situado a las afueras de la capital asturiana. Lejarreta sacó toda su clase para imponerse por un suspiro sobre el favorito Kelly, que no estaba pudiendo demostrar la gran forma que se le presuponía. Millar resistió el liderato conquistado en los Lagos, pero Pino se le acercó peligrosamente gracias a un sorprendente tercer puesto, ya que Delgado fallaba y perdía el segundo puesto de la general que tenía hasta entonces.

En la estación de esquí de San Isidro tan solo se produjo el hecho reseñable de la exhibición de Mottet, gregario de Fignon, que ganó merced a una escapada lejana, desarbolando a todos sus compañeros de fuga, el último de ellos el lider de la montaña, Laguía. El grupo de los favoritos llegó agrupado merced a las débiles pendientes del puerto final. Pese a ello, Kelly y Fignon volvieron a naufragar y parecía claro que sus opciones de ganar prácticamente se habían esfumado. Millar tenía el liderato muy bien atado, pero las diferencias entre los primeros aún eran mínimas y todo estaba aún en el aire.

Sin descanso, volvió a haber batalla en la siguiente etapa, camino de Palencia. Los abanicos fueron aprovechados por Fignon y Kelly para eliminar rivales como Parra, Dietzen o Mottet, que perdían casi 4 minutos. Si en la montaña no estás al mismo nivel de fuerzas que tus adversarios, utiliza otras artes de la competición, debieron pensar ambos. Kelly no desaprovechó la oportunidad y se anotó su primer parcial de esta edición.

Al día siguiente, la crono más larga de la carrera, 29 kms en Valladolid. Mottet sacó toda la clase que se le supone al ganador del Gran Premio de las Naciones del año anterior y se impuso con suficiencia, por delante de un sorprendente Dietzen y del favorito Kelly, que definitivamente no estaba a un nivel adecuado para ganar la carrera. Pino seguía recortando segundos a Millar cada vez que había una prueba contra el reloj, y le daba la vuelta a la general, alcanzando el liderato con una renta de 33 segundos sobre el escocés. Delgado y Lejarreta se quedaban como las únicas alternativas al dúo que comandaba la general.

La etapa segoviana, trascendental el año anterior, solo sirvió para que Dietzen se reivindicara, venciendo el sprint de un grupito que consiguió llegar con ventaja sobre el pelotón. Si no hubiera sido por los abanicos de Palencia el alemán sería en ese momento el lider de la general, merced a su regularidad, sin grandes estridencias pero manteniéndose siempre en los primeros puestos tanto en montaña como en contrarreloj. El lider del Teka representaba lo que actualmente se denominaría un corredor diesel.

En la etapa de la sierra madrileña se estrenaba Abantos, y allí Pino estuvo soberbio, marcando el ritmo y continuando el trabajo de destrozo que habían comenzado los Pegaso atacando en el avituallamiento. En el alto de la Mina solo Parra, Millar y Madiot resistían al lider gallego, pero finalmente por detrás apretaron los descolgados y el grupo de los mejores llegó agrupado a meta, donde Kelly no tuvo problemas en lograr su segunda victoria de etapa.

Las tres siguientes jornadas supusieron días de transición que aprovecharon los valientes del pelotón para que cuajaran escapadas en las que se impusieron Recio, Egiarte y Bondue. Todos esperaban la 17ª etapa, con final en Sierra Nevada, última llegada en alto de la carrera. Millar se había mostrado el más fuerte en montaña, pero Pino estaba resultando muy superior en la contrareloj. Habida cuenta de que el último día los corredores tendrían que enfrentarse con una crono de 22 kms en Jerez de la Frontera, el escocés debía dar el todo por el todo para doblegar al gallego de Ponteareas.


Y en la etapa de Sierra Nevada pasaron muchas cosas pero pocas nuevas. Ganó de nuevo Yáñez, como la otra ocasión en que la Vuelta había subido al coloso andaluz (en 1979, aunque solo se llegó a Pradollano), gracias a una escapada lejana en la que acabó doblegando al colombiano Patrocinio Jiménez. Volvió a atacar Millar, volvió a demostrar su fortaleza Pino. Los que sí fallaron fueron Delgado y Lejarreta. El segoviano no se estaba encontrando a gusto los días precedentes y lo notó desde el inicio de la interminable ascensión a Sierra Nevada. Se quedó cuando faltaban muchos kilómetros para llegar a meta, y acabó perdiendo casi 8 minutos. Lejarreta aguantó mucho más en el grupo de los favoritos, pero cuando finalmente se quedó estaba reventado y perdió más de 4 minutos en meta. Mientras tanto, los dos primeros de la general jugaron al gato y al ratón. Millar sabía que necesitaba un ataque a la desesperada, y demarró a nada menos que 15 kms para meta. Vio que nadie era capaz de seguirle, así que decidió que ése era el ataque bueno y tiró para arriba sin mirar atrás. Llegó a tener casi un minuto de ventaja, era líder virtual. Por detrás, Anselmo Fuerte se convirtió en el ángel de la guarda de Pino. Mantuvo la diferencia por debajo del minuto hasta que quedaban pocos kilómetros a meta. En ese momento Fignon se encontró bien y tensó el grupo. Eran los peores momentos de Pino, a cola del reducido grupo de perseguidores y viendo como Millar marchaba muy por delante. Pero en ese momento sacó su proverbial pundonor, encontró fuerzas donde parecía que no le quedaban, se puso en cabeza del grupo y fue reventando a los Winnen, Fignon o Dietzen. Finalmente se quedó solo con Kelly. La estampa del maillot amarillo y el maillot verde (el irlandés dominaba la clasificación de la regularidad) juntos era de una gran plasticidad, junto con la emotividad de la importancia de lo que se estaban jugando en persecución del líder de la montaña. Rodaron en armonía varios kilómetros, con Pino tirando del dúo todo el rato, hasta que pasado Pradollano el irlandés dijo basta y, extenuado, dejó marchar al gallego. El ritmo de Pino era en ese momento endiablado, pues estaba viendo que podía darle la vuelta a la complicada situación que le había planteado Millar. Por fin, a pocos kilómetros para alcanzar la meta y jaleado por Javier Mínguez (su director deportivo), Pino da caza a Millar. Intenta un tímido ataque pero el escocés aguanta bien, por lo que llegan a meta juntos, dejando al resto de candidatos a la victoria final sin opciones más que para buscar el último escalón del podio. En lo que respecta a su duelo particular, Pino conservó más de medio minuto de ventaja, que todo parecía indicar que sería suficiente para conquistar el último maillot amarillo.

En las etapas siguientes todos decidieron guardar fuerzas, aunque en el caso de Millar no fueron todo lo plácidas que hubiera deseado merced a un abanico que le cogió en fuera de juego en la etapa con llegada a Puerto Real. El Panasonic tuvo que trabajar durante muchos kilómetros, y finalmente todo quedó en un susto merced a la ayuda del Orbea, obligado porque sus líderes Lejarreta y Cabestany también se habían quedado retrasados en el segundo grupo.

El último gran puerto de la carrera, Las Palomas, se pasó sin que hubiera batalla merced a un acuerdo de los corredores. La justificación fue el mal estado de las carreteras, la dureza acumulada y el viento de cara que soplaba ese día. Lo cierto es que tras tantos días luchando, decidieron tomarse un día de descanso por su cuenta. La que pudo ser la última ocasión de Millar pasó sin que nadie se moviera, aunque en el ambiente general todos pensaban que Pino estaba suficientemente fuerte como para resistir cualquier ataque. Era sin duda el ganador virtual, pero debía refrendarlo el último día, en la crono de Jerez.

Y ese día sin duda lo refrendó. Ganó la etapa por delante de un motivadísimo Fignon, que no quería irse de vacío de esta Vuelta. Por supuesto, consiguió aún más diferencia con Millar, superando la barrera del minuto en la general final. El gallego había conseguido la victoria más grande de su carrera deportiva, hasta el momento magra de victorias de relumbrón más allá de una victoria de etapa en la Vuelta 1981, cuando era neoprofesional. Pero sin duda su gran victoria fue el reconocimiento de la gente, la alegría general ante la victoria de un corredor sin renombre para el gran público. Cuando en esa última etapa cogió la recta final y pudo oír la explosión de júbilo general, sin duda Pino tuvo que pensar que todo el trabajo había valido la pena. Al terminar la carrera, un Pino emocionado tenía un muy emotivo recuerdo a su compañero Alberto Fernández, tristemente fallecido menos de 2 años antes. El gallego seguía siendo ese hombre humilde, la victoria no le cambió. Siempre tuvo muy claras las cosas, cuánto costaba llegar donde había llegado y el valor que tenían el trabajo y el sacrificio.

En cuanto a los demás protagonistas de la carrera, Millar volvió a ser, como 12 meses antes, el gran derrotado. Esta vez ni siquiera había sido el más fuerte, aunque visto lo que pasó en la Vuelta 1985, incluso pudo ser un consuelo. El escocés volvió a quedarse con la miel en los labios, y dijo que el año siguiente no volvería a la Vuelta y probaría suerte en el Giro.

Kelly consiguió el tercer escalón del podio, aunque más apuradamente de lo esperado ante Dietzen. El irlandés fue inferior a los grandes escaladores, pero demostró en días como el de Sierra Nevada que podía con la gran montaña de la Vuelta. Parecía listo para asaltar el primer puesto los años posteriores, aunque cada año que pasaba jugaba en su contra, pues estaba a punto de cumplir 30 años.

En definitiva, fue una Vuelta que registró la victoria de un corredor sorpresa, compañero de generación de esas vedettes (Delgado, Lejarreta, Alberto Fernández, etc) que habían levantado el ciclismo español en el primer lustro de los años ochenta, pero que no había destacado hasta ese momento como ellos. Y, de repente, emergió por delante de todos en esta carrera ganada a base de pundonor y demostrando ser el mejor. Fue sin duda el gran momento de Pino, que en cualquier caso ya no dejaría de ser uno de los actores principales del ciclismo español de finales de los años ochenta, como lo demuestran sus actuaciones en el Tour 1986 o en la Vuelta 1988. El corredor de perfil bajo que existía antes había dado paso a una estrella, pero a su manera; sin traicionar lo que siempre había pensado y cómo había actuado. Fue sin duda la victoria del pundonor y del esfuerzo.